“Sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana conversación, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo, como un cordero sin mancha y sin contaminación” (1ª Pedro 1.18,19).
El rescate del que el Apóstol habla es el que Dios hace de los pecadores, que van en camino seguro a una muerte eterna y que no pueden volver atrás, es decir, que no puede hacer nada por ellos mismos.
Por eso Pablo el Apóstol dice, hablando de la salvación que recibimos cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2.1), es decir, que estando perdidos en la maldad, Dios nos rescata dándonos salvación eterna.
El rescate del que los pecadores arrepentidos han sido objeto, no se ha comprado ni conseguido con cosas materiales como oro o plata, porque ese rescate no se cubriría ni con el dinero de todo el mundo, pues Jesús, dice: ¿Qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16.26).
No hay nada en este mundo que pueda cubrir el valor del rescate de los pecadores.
El rescate que es válido y surge efecto, es el que Jesucristo con su muerte y derramamiento de sangre llevó a cabo en la cruz del calvario, una sangre como de un cordero sin mancha y contaminación. Un rescate que costó sangre.
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