Dios, por medio de Isaías, le
profetizó al pueblo de Israel, el nacimiento de su Hijo Jesucristo unos 800 años
antes, presentándolo el profeta como el Mesías, hablando de sus dos
naturalezas.
“Porque
un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro; y
llamarase su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe
de paz” (Isaías
9. 6). De tal manera que no hubo excusa para ellos al rechazarle cuando vino al
mundo.
San Mateo dice cuando nace
Jesús: “Todo esto aconteció para que se
cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta que dijo: He aquí que
la virgen concebirá y parirá un hijo, y llamarás su nombre Emmanuel, que
declarado, es: con nosotros Dios” (Mateo 1. 22,23).
Más adelante el Señor confirma
la señal, diciendo “Mas tú, Beth-lehem
Efrata, pequeña para ser en los millares de Judá, de ti me saldrá el que será
Señor en Israel…” (Miqueas 5. 2).
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