Cuando el primer hombre pecó,
Dios declaró el plan que él tenía para destruir a Satanás, quien había introducido
por medio del hombre el pecado al mundo.
Por eso dijo: "Y enemistad pondré entre ti y la
mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú
le herirás en el calcañar" (Génesis 3. 15). La simiente de la mujer
sería la que vendría a destruir al diablo y su obra; esa simiente es Jesucristo.
San Pablo, en su carta a los
Efesios, nos dice que fuimos escogidos en Cristo desde antes de la fundación
del mundo (Efesios 1.4). Este es el plan de salvación que Dios tenía y que lo había formulado desde
antes de la creación; planeando la muerte de su Hijo unigénito Jesucristo, para
derramar su sangre y con ella poder lavar los pecados de todos los que le
busquen.
El profeta Isaías lo dijo unos ochocientos años antes, hablando
del Mesías, diciéndole "el Cordero de Dios" (Isaías 53.5).
El mismo Señor Jesucristo
sabía a qué había venido al mundo, pues así lo dio a conocer a sus discípulos
(Marcos 11.45).
Amado
Lector:
La muerte
de Jesús ya estaba determinada por el Padre, con un propósito eterno de
bendición para los pecadores. No fue una muerte súbita ni accidental, fue
planeada para salvación de los pecadores, entre los cuales estamos tú y yo.