miércoles, 16 de abril de 2014

Una muerte planeada

Cuando el primer hombre pecó, Dios declaró el plan que él tenía para destruir a Satanás, quien había introducido por medio del hombre el pecado al mundo.

Por eso dijo: "Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar" (Génesis 3. 15). La simiente de la mujer sería la que vendría a destruir al diablo y su obra; esa simiente es Jesucristo.


San Pablo, en su carta a los Efesios, nos dice que fuimos escogidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1.4). Este es el plan de salvación que  Dios tenía y que lo había formulado desde antes de la creación; planeando la muerte de su Hijo unigénito Jesucristo, para derramar su sangre y con ella poder lavar los pecados de todos los que le busquen.

El profeta Isaías  lo dijo unos ochocientos años antes, hablando del Mesías, diciéndole "el Cordero de Dios" (Isaías 53.5).

El mismo Señor Jesucristo sabía a qué había venido al mundo, pues así lo dio a conocer a sus discípulos (Marcos 11.45).

Amado Lector:
La muerte de Jesús ya estaba determinada por el Padre, con un propósito eterno de bendición para los pecadores. No fue una muerte súbita ni accidental, fue planeada para salvación de los pecadores, entre los cuales estamos tú y yo.